Con una escritura sobria y moderna avanza esta historia caótica con la que Roberto Wong ha ganado el I Premio Dos Passos a la primera novela, como si de hacer el cóctel perfecto se tratase
París D.F. Se baña en sexo, violencia y corrupción, radiografiando lo que a simple vista no se ve de México; al estilo de Rodrigo Rey Rosa con Guatemala. Radiografías ambas crudas y reales; cinematográficas y sobrias en el lenguaje. Para prescindir de largos pasajes de prosa clásica Roberto utiliza una serie de recursos narrativos nada convencionales: Comienzos constantes in media res, cambios de personaje en la voz narrativa; y hasta cambios de persona gramatical en narraciones del mismo personaje. Esta búsqueda de la originalidad es interesante, aunque puede provocar cierta confusión.
La
acción sigue los pasos de Arturo, quien ha superpuesto un mapa de
París sobre el de D.F., ciudad en la que vive imaginando las
correspondencias parisienses de todas las calles y lugares que
frecuenta. Quien conozca el continente americano entenderá lo que
simboliza París en el imaginario colectivo. La capital no oficial
europea inmediatamente hace aflorar el viejo conflicto entre
civilización y barbarie. Mediante la original técnica de los mapas
superpuestos Wong consigue comunicar la metáfora de la ciudad
añorada y su contraste con la realidad constantemente; así como
situarnos en una ciudad imposible y ficticia, fruto de la
desfiguración mental de su personaje. Así, Wong consigue literatura
social fuera del costumbrismo. La deslocación a la capital gala de
todo cuanto ocurre nos da aire nuevo en la lectura para no ahogarnos
en el caldo caliente de D.F., y esto precisamente consigue que
comprendamos la función de válvula de oxígeno que tiene París
para Arturo.
La
fuente de todos los males es el pensamiento, al más puro estilo
pessoano. El pensamiento es lo que impide a Arturo, que es poeta,
fluir con la masa enfermiza y mediocre que lo rodea; y tragarse el
bocado agridulce del día a día. Su facultad de soñar otras
realidades le hace tropezar con esta, provocando una suerte de andar
cojo. Arturo acaba siendo absorvido por D.F., por su violencia y
corrupción, por la intensidad de los sentimientos rotos y las
carencias emocionales. Arturo cede ante la presión psicológica y se
refugia en su ideal París.
En
conclusión, Roberto Wong se estrena con un París D.F. crudo en el
contenido: la presión de la realidad mexicana sobre la psicología
individual y su progresivo desquiciamiento; e ingenioso en la forma,
aunque quizá a precio de cierta claridad y belleza en el lenguaje.
Es la visión de una nueva generación sobre el tema americano.
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