Con una escritura sobria y moderna avanza esta historia caótica con la que Roberto Wong ha ganado el I Premio Dos Passos a la primera novela, como si de hacer el cóctel perfecto se tratase
París D.F. Se baña en sexo, violencia y corrupción, radiografiando lo que a simple vista no se ve de México; al estilo de Rodrigo Rey Rosa con Guatemala. Radiografías ambas crudas y reales; cinematográficas y sobrias en el lenguaje. Para prescindir de largos pasajes de prosa clásica Roberto utiliza una serie de recursos narrativos nada convencionales: Comienzos constantes in media res, cambios de personaje en la voz narrativa; y hasta cambios de persona gramatical en narraciones del mismo personaje. Esta búsqueda de la originalidad es interesante, aunque puede provocar cierta confusión.

La
fuente de todos los males es el pensamiento, al más puro estilo
pessoano. El pensamiento es lo que impide a Arturo, que es poeta,
fluir con la masa enfermiza y mediocre que lo rodea; y tragarse el
bocado agridulce del día a día. Su facultad de soñar otras
realidades le hace tropezar con esta, provocando una suerte de andar
cojo. Arturo acaba siendo absorvido por D.F., por su violencia y
corrupción, por la intensidad de los sentimientos rotos y las
carencias emocionales. Arturo cede ante la presión psicológica y se
refugia en su ideal París.
En
conclusión, Roberto Wong se estrena con un París D.F. crudo en el
contenido: la presión de la realidad mexicana sobre la psicología
individual y su progresivo desquiciamiento; e ingenioso en la forma,
aunque quizá a precio de cierta claridad y belleza en el lenguaje.
Es la visión de una nueva generación sobre el tema americano.
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